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Todo estaba oscuro, La luz del sol apenas traspasaba el manto espeso de nubarrones que cubrían un cielo de sangre. Toda la vegetación estaba muerta y sólo árboles secos llenaban el paisaje.

La imagen de un castillo se formó es su mente, Era de piedra negra como la muerte, dos torres se erigían orgullosas sobre un paisaje donde se sucedían guerras y más guerras

Pueblos llenos de gente famélica y enferma, pueblos llenos de muerte y agonía donde la esperanza había muerto hacía ya tiempo. Sonidos de llantos y lamentos a lo lejos, ruinas por todas partes y gestos desencajados se sucedían como imagenes proyectadas a gran velocidad, más y mas rápido hasta que Awa despertó.

Se incorporó sobre su cama con la cara perlada por el sudor y miró a su alrededor mientras recobraba el aliento. A su lado estaba Harachí que seguía durmiendo y en el suelo, en su cama, estaba Teluro.

Awa se levantó de la cama despacio para no despertar al niño. Ocán aún no había vuelto. Ya habían pasado muchas desde que se había ido prometiendo que regresaría pronto y desde que ella se había quedado dormida mientras le contaba un cuento a Harachí.


Se acercó a la puerta y la abrió para salir a mirar. Afuera el bosque estaba tranquilo y oscuro

  -Tiene que haberle pasado algo- Pensó preocupada.

 Ocán no veía nada, estaba todo tan oscuro que había decidido no regresar a casa para evitar perder. Esperar a que llegara el día sería lo más prudente. A pesar de su decisión tenía miedo de los jabalíes. Así que se metió en el hueco de uno de aquellos troncos y se sintió más a salvo. Pensó en su hermano, pero esta vez fue diferente, ya no estaba solo, Awa estaba con él y eso le tranquilizaba.

Ocán estaba exhausto, le dolían las manos y la espalda por eso, agradeció el sentarse en aquel hueco y descansar un poco.

  -Ocán, no te preocupes, aquí estás a salvo, sólo tienes que esperar a que llegue el alba- Se decía a sí mismo.

Awa entró en la cabaña sin hacer ruido y cogió una urna de cristal vacía que tenía junto a la mesa. Después salió de nuevo al bosque donde la oscuridad era casi absoluta, solo unos tímidos rayo de la luz de la Luna asomaban entre las copas de aquellos milenarios árboles.

Awa abrió la parte superior de la urna y la sostuvo entre sus manos. Allí, en medio de la noche, cerró los ojos y comenzó a entonar un cántico, casi un susurro y su voz llenó el bosque y cómo un eco se fue propagando por Trájata con una melodía subyugante.

Entre los árboles comenzaron a acercarse unos pequeños puntos de luz que iban iluminando todo. Poco a poco se fueron acercando. Era luciérnagas que se iban metiendo en la urna a medida que llegaban atraídas por el canto de Awa.

Cerró la tapa del recipiente de cristal. Éste se había convertido, gracias a los insectos, en un magnífico farol.

  -Ocán, no te preocupes, ya voy- Pensó ella mientras comenzaba a andar.

Ocán, estaba a punto de quedarse dormido cuando escuchó uno gruñidos. Se acurrucó en el hueco lo más que pudo y se quedó estático. Los gruñidos se acercaron aún más. Ocán no veía nada delante de él, sólo el bosque iluminado por la escasa luz de la Luna. No podía distinguir de donde venían los gruñidos.

Awa seguía caminado deprisa por el bosque, tenía el presentimiento, casi la certeza, de que Ocán estaba en peligro.

Ocán pudo ver un lomo plateado de lo que parecía ser un lobo. Justo delante de él enseñó sus afilados colmillos mientras gruñía amenazante. Ocán empezó a sudar sin saber qué hacer.

Awa seguía caminado cada vez más nerviosa. No sabía porqué, lo único que sabía era que tenía que encontrar al muchacho rubio cuanto antes. La mujer se detuvo en seco.

  -Ocán donde estás- Pensó. Awa cerró los ojos mientras intentaba tranquilizarse y se concentró. En su mente se formó una imagen, era Ocán frente a un lobo. Estaba bastante lejos, no llegaría a tiempo aun si fuera corriendo.

Un segundo lobo se puso delante de Ocán y gruño también. Era el fin, definitivamente no era seguro salir al bosque. Ya era la segunda vez que se metía en serios problemas y se arrepentía de haber ido a ese lugar.

  -Ocán- Dijo la voz de un hombre -no temas-

Detrás de los lobos apareció la silueta de un hombre con una capucha negra, igual que los que habían matado a sus padres. Ocán no le podía ver la cara.

  -Déjame en paz- Dijo el niño asustado -ya basta-

  -Las cosas no tienen porque ser así- prosiguió el hombre -todo puede terminar si tú lo deseas-

  -Quiero que te vayas- Gritó Ocán -todo es por vuestra culpa-

  -De veras me duele ver por lo que estás pasando, pero las cosas tienen que ser así- Contestó aquel hombre con tristeza en la voz -Tal vez sea muy pronto para ti y aún no estés preparado pero a nosotros se nos acaba el tiempo-

  -Solo quiero volver con mi hermano- Contestó Ocán entre susurros

  -Sólo eres un niño, no podrías entender la importancia que tienes- Dijo el encapuchado con resignación -Pero no todos serán tan benébolos como yo, al final tendrás que desempeñar tu papel-

Awa seguía viendo la escena y escuchando lo que decía aquel hombre. No puedo esperar más, esto es más grave de lo que pensaba. Awa corrió hacía el lugar donde estaba Ocán.









CONTINUARÁ ...

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