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Los pasos de Awa rompían el silecio de la noche a medida que se iba a cercando al lugar donde estaba el niño rubio. La luz de su farol de luciérnagas brillaba entre la vegetación e iluminaba el rostro preocupado y jadeante de la mujer. Un dolor en el tobillo le hizo detenerse. La edad y los kilos de más no le ayudaban. Ocán corría peligro de morir a manos de aquel hombre encapuchado si no llegaba a tiempo, a pesar de ello tuvo que dejar el farol en el suelo y masajearse el tobillo con un gesto de dolor.

Ocán seguía metido en aquel tronco delante de aquel hombre que decía cosas incomprensibles para él, mientras los dos lobos seguían enseñando sus dientes.

 -Por favor, déjame marchar- Dijo Ocán asustado. Los dos lobos se acercaban cada vez más a Ocán. Buscó desesperado una forma de huir de allí pero era imposible, estaba atrapado en aquel tronco. Aquel encapuchado sacó una espada con una hoja fina y larga que reflejó la luz de la luna, los lobos iban a atacar de un momento a otro mientras que el hombre de negro estaba estático con la espada en la mano. El corazón de Ocán se le salía del pecho, estaba seguro de que iba a morir, definitivamente iba a dejar este mundo, ya no volvería a ver a su hermano, ni a esa buena mujer que habían conocido. Pronto los dos lobos lo iban a destrozar o aquel hombre lo iba a matar.

Awa se había levantando, el dolor de su tobillo se había calmado un poco pero no podía correr. A pesar del dolor recogió el farol y comenzo a caminar cojeando
-Ocán, ya voy- Dijo para sí mientras intentaba apresurarse.

Los dos los lobos seguían acercándose más y más a Ocán que tenía los ojos cerrados esperando que lo atacaran. Aquel extraño sujeto seguía con la espada en la mano, inmóvil con su rostro entre las sombras de su capucha.

Awa había podido avanzar muy poco. Con el gesto de dolor dibujado en su cara se detuvo de nuevo, recuperó el aliento, cerró los ojos e intentó serenarse. Allí con su cara iluminada por la luz de las luciérnagas comenzó a entonar una canción. Era la misma que había que había atraído a todas aquella luciérnagas. Su voz como resonaba de manera mágica por el bosque mientras se acercaba un búho blanco. Era el mismo búho que había ayudado a Ocán cuando se había perdido en Trájata.

Los dos lobos saltaron para avalanzarse sobre Ocán. El encapuchado también pegó un salto y dispuesto a atacar con aquella espada. Chorros de sangre salpicaron el suelo de tierra y las hojas de los arbusto que había cerca. Después el silencio. Ocán abrió los ojos y allí delante de él pudo ver a los dos lobos en el suelo sobre un charco de sangre y al encapuchado limpiando la hoja de su espada.

-No descuides tus pasos Ocán, eres algo muy importante, no debes morir todavía- Dijo antes de fundirse con las sombras del bosque.

Ocán salió del hueco del tronco con el susto todavía en el cuerpo. Pasó con miedo entre los cadáveres de los dos lobos, temeroso de que le atacaran cuando , entre los árboles, vio que algo brilla, algo que se acercaba hacia él volando. No había duda, era el búho blanco, el que le había robado la bolsa que le había dado su madre.

El animal se posó en una rama y gracias a su luz iluminó la zona como si fuera una llama de fuego blanca. Ocán lo miró con curiosidad, por suerte, ahora no tenía nada que el animal le pudiera robar. El búho lo miró fijamente, con unos ojos que parecían desprender un halo de inteligencia. Ocán se acercó a él y éste desplegó sus alas y comenzó a volar entre los árboles. No había duda, el búho lo quería guiar entre la oscuridad hasta casa, así que Ocán lo siguió con paso ligero.

Llegados a un lugar, el animal alado desapareció sin dejar rastro dejando al niño en la casi completa oscuridad.

-!Eeeeh¡- Gritó Ocán -no te vayas todavía- Pero cuando estaba diciendo eso se percató de que había una luz entre los árboles de la derecha - Así que estás ahí, menos mal- Pensó él.

Ocán corrió hacia la luz y cuando llegó se dio cuenta de que no era el búho sino Awa, estaba senta en el suelo con cara de dolor y a su lado un farolillo.

-Awa, ¿eres tú?- Le preguntó Ocan sin poder creérselo.
-Ocán, rubio, gracias a las estrellas que estás bien- Dijo Awa mientras se levantaba para abrazar a Ocán - Ven, que te dé un abrazo-

Después de que Ocán le contara todo, éste la ayudó a volver a casa. Tardaron bastante en llegar, habían tenido que parar varias veces para que Awa descansara, su tobillo no tenía buen aspecto, se había hinchado bastante.

Estaba casi amaneciendo cuando llegaron a casa de Awa. Harachí seguía durmiendo y no se enteró de su llegada pero Teluro se les acercó para darles la bienvenida balancando su rabo de lado a lado. Ocán ayudó a la mujer a sentarse.

-Lo siento mucho Awa, todo ha sido por mi culpa-
-Tranquilo, no pasa nada, lo importante es que tu estás bien-
-Estoy muy avergonzado-
-Yo deje que fueras solo, yo soy la responsable-
-pero ahora tu estás herida... -
-Ocán, dime, ¿por qué fuiste a esa zona del bosque?- Dijo Awa mientras le apuntaba un bote que había en un estante. Ocán se giró, cogió el bote y se lo dio.
-Tenía que hacer una cosa- contestó Ocán reticente a hablar del tema. Awa abrió el bote, untó los dedos en una especie de crema hecha con hierbas y se la untó en el tobillo.
-Ocán, sabes que puedes confiar en mí, no se lo contaré a tu hermano si es lo que te preocupa- Dijo ella mirándole a los ojos
-No podía dejar a Mama allí, abandonada- Contestó con tristeza. Awa miró las manos arañadas y sucias de ocán.
-¿Fuiste a enterrar a tu madre?-
-Si- Se limitó a decir con la vista clavada en el suelo.
-Ocán, si me lo hubieras dicho...-
-No, entonces nadie se hubiera quedado con Harachí, no quiero que esté solo-
-Teluro lo hubiera cuidado- Protestó ella.
-Lo importante es que, al menos ella tiene un lugar al cual podemos ir a visitarla y llevarle flores, no puedo decir lo mismo de papa-
-Ven aquí- Dijo Awa. Ocán se le acercó, ésta le dio un fuerte abrazo y Ocán lloró durante un buen rato.
-Llorar no es malo, Rubio- Dijo antes de separase de él y mirarlo a los ojos. Ocán asintió mientras se secaba las lágrimas con la mano
-Será mejor que descansemos un poco antes de que termine de amanecer- dijo mientras abría el farol de cristal para dejar libres a los insectos que huyeron por la ventana.

Awa obligo a Ocán a que se acostara en la cama junto a su hermano, ella dormiría en una silla. Ocán se había negado a dejarla pasar lo que quedaba de noche sentada en una silla pero, al final éste se quedó dormido junto a su hermano.


Un rayo de sol despertó a Ocán, el sonido de los pájaros del bosque le dio los buenos días. Se incorporó y se restregó los ojos. A su lado no estaba su hermano, tampoco esta Awa. Salió fuera de la casita. Trájata cambiaba mucho de noche, ahora, cuando el sol filtraba sus rayos entre las copas de los árboles, tenía un encanto especial. Allí no estaban ni su hermano ni Awa. Dio una vuelta por los alrededores pero no habñia ni rasto de ellos.

Muerto de hambre entró en la casa y buscó algo que llevarse a la boca. Allí no había más que botes, unos eran de cristal, otras eran cajitas de mandera y otros de metal. Miró dentro de casi todos, no había otra cosa que hierbas y polvos. ¿Pero qué comía Awa?

Al lado de la chimenea había una pequeña puerta que pasaba bastante despercibida por lo que no había reparado en ella. La abrió y dentro había una especie de alacena, pequeña, con dos estantes. En el primero había un frasco de cristal que parecía contener miel, pero dentro no quedaba mucho. Justo debajo, en el otro estante, había un trozo de pan, lo cogió y estaba duro como una piedra. No le importó mucho, lo partió con esfuerzo e hizo pedazos pequeños. Después quitó el tapón de madera que servía de tapa al frasco de miel. Echó dentro los trozos de pan para que se remojasen en la poca miel que quedaba, después metío los dedos índice y corazón para volver a cogerlos. Estaban bastante duros pero la miel les daba un sabor delicioso.

Cuando casi se había terminado todo el pan y toda la poca miel que había, se acordó de su hermano y de Awa, quizas ellos todavía no había desayunado. Se sintió culpable de haberse comido casi todo y dejó de comer. Recogió todos los pedazos de pan y el frasco de miel y los guardó para que comieran. Hubiera dado la vida por comerse todo, pero no podía dejar a Awa y a su hermano en ayunas.

Cuando estaba dejando todo en el pequeño armario escuchó como se abría la puerta.

-Buenos días Ocán- Dijo su hermano pequeño. A su lado estaba Awa, los dos tenían una gran sonrisa.
-Bueno días , Rubio- Le saludo ella. Awa tenía en las manos una gran hogaza de pan y unos cuantos bultos más.
-¿Dónde habéis estado?- Preguntó Ocán.
-Hemos estado en el pueblo- Dijo Harachí estusiasmado.
-¿En el pueblos?- Pensó Ocán con miedo.
-Si- dijo Awa mientras dejaba las cosas sobre la mesa -Harachí se lo ha pasado muy bien- Awa cojeaba un poco pero parecía andar bien.
-Ocán, Ocán, En el pueblo hemos comprado muchas cosas buenas para comer- Dijo su hermano pequeño.

Habían ido al pueblo y estaban sanos y salvos. Después de todo, puede que ese pueblo del que hablan no sea como todos los demás.

-Awa ¿vas mucho al pueblo?- preguntó Ocán.
-Si, cuando tengo que comprar cosas o tengo que ir a vender mis ungüentos medicinales
-¿Y la gente cómo es?-
-Ocán seguro que estás hambriento, nosotros lo estamos, ¿por qué no comemos y manaña te vienes con nosotros al pueblo? Khal no está muy lejos de aquí- Dijo Awa mientras sacaba de un saco de tela un buen pedazo de queso, un frasco de miel, un odre de cerveza, la hogaza de pan. Después se acercó a la puerta de nuevo y acercó un cubo de madera con lo que parecía leche.

-Bueno ¿qué os parece? ¿comemos?- Dijo con una sonrisa en la cara. Se sentaron a la mesa y mientras comían se sintió tonto por haber querido guardar el pan duro y la miel para que comieran. Después de todo parece que la vida les sonreía. Awa empezaba a convertirse en una madre y cada vez que la miraba a la cara le inspiraba más cariño y ternura.

-Toma, Ocán, come, prueba esto- Decía Awa ofreciéndole una rebanada de pan con miel y queso.
-Harachí, come despacio, te vas a atragantar- Le reñía al pequeño.
-Awa, es que está muy bueno- Protestaba él. La verdad es que el pan con queso y miel era una delicia. La leche tibia estaba riquísima pero lo mejor era el ambiente que se respiraba en esa casita en medio del gran Trájata. Durante ese momento, Ocán olvidó todo lo que les había pasado y se sintió feliz.

Cuando terminaron de comer Harachí salió a jugar con Teluro. Ocán se quedó con Awa para ayudarla a limpiar la mesa.

-No te preocupes, Rubio, lo puedo hacer yo sola, puedes ir a jugar con tu hermano y con Teluro-
-No, prefiero ayudarte ¿cómo va tu tobillo?-
-Bah, no te preocupes por eso, luego me daré más ungüento y mañana estaré como nueva- Dijo ella despreocupada mientras metía el pan y todo lo demás en el pequeño armario de la pared. Fue entonces cuando vio los trocitos de pan y el frasco vacio de miel del que Ocán había comido. Awa no dijo nada, sólo sonrío para sí.
-Awa, ¿te puedo preguntar algo?- Dijo Ocán.
-Claro- Contentó ella como si pedir permiso para preguntar algo fuera algo tonto. Fuera, Teluro y harachí seguían jugando y sus ladridos y risas servía de fondo musical.
-¿Por qué vives aquí, sola?- Awa se detuvo en lo que estaba haciendo, como pensando en su respuesta con cuidado.
-La gente de la aldea no me gusta, prefiero vivir aquí, estoy más tranquila-
-¿Los del pueblo no te trataban bien?- Preguntó Ocán como si él fuera la mejor persona en el mundo para comprender eso. Awa guardó silencio unos segundo mientras lo miraba a los ojos, Ocán temío haber metido la pata.
-No, la gente de la aldea no me trataba mal, sólo que no me gusta su forma de vida. Llena de envidias, engaños, mentiras y apariencia, no, rubio, no, eso no va conmigo- Dijo con un eco de tristeza.

En ese momento entró harachí con algo en la palma de su pequeña mano.
-Mirad, he encontrado un bicho- La expresión de su cara irradiaba felicidad.
-Uy, socorro, por lo que más quieras, sal de aquí con eso- Dijo Awa de forma teatral haciendo como si estuviera asustada por la pequeña mariquita. Harachí se le acercó con el bicho para asustarla.
-!Auxilio¡- Gritaba Awa a la par que hacía como que huía del pequeño. Las carcajadas de Harachí lo inundaban todo mientras encorría a Awa y está se hacía la asustada. Teluro también se unió a ellos y corría entre ellos ladrando y pegando saltos. Ocán también empezó a reirse de lo que Awa estaba haciendo.
-Ocán, !ayúdame¡ !detén a tu malvado hermano, no te quedes ahí parado¡- Gritaba ella, con una voz impostada y muy graciosa, mientras huía de Harachí casi a saltitos debido a su tobillo maltrecho. Finalmente, Awa agarró a Harachí y lo cogió en brazos y le dio muchos besos en su carnosa mejilla.
-Awa, no tengas miedo, este bichito es amigo mío y le voy a decir que tu también eres mi amiga, así no te hará daño, igual que Lush- Le explicó Harachí mientras estaba en brazos de Awa.
-Menos mal, me alegra saber eso- Dijo Awa con el sobrealiento propio de haber jugado con el niño -¿Ocán, sabes qué? luego iremos a que conozcas a Lush- Les informó.
-¿A Lush? ¿quién es Lush?- Preguntó Ocán.

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