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Si, ya lo sé, me he retrasado en publicar el siguente capítulo, pero solo un día, en lugar del sábado, lo hago hoy domingo. Tranquilos, no volverá a pasar. Bueno aquí está el capítulo 04. 

-Tranquilo, Teluro es inofensivo- Dijo una voz que vino de la derecha. Ocán giró la vista y pudo ver a una mujer de unos cincuenta años, era gorda y oronda. tenía en el pelo sujeto en una coleta de pelo negro que le llegaba más abajo de la cintura. Estaba vestida con un vestido marrón sin mangas que le llegaba hasta los pies. El delantal de color claro, Las mangas de la blusa arremangadas y la cesta que llevaba en el brazo le daban un aire de mujer atareada.
Aquella mujer se acercó a Harachí que estaba con el perro de aquella mujer.

  -Nunca hubiera imaginado encontrar a nadie en Trájata, y mucho menos unos niños- Dijo con incredulidad -¿De dónde habéis salido vosotros?- Se preguntó más a sí misma que a los niños.

Ocán se acercó para ver más de cerca a la mujer. Su rostro sonrosado lucía una gran sonrisa que, a pesar de que le faltaba un diente, irradiaba una gran simpatía. Sus pequeños ojos, redondos y vivos denotaban alegría y confianza.

  -Pero que guapo que eres- Le dijo a Harachí mientras le pellizcaba un moflete.
  -Ay. Me has hecho daño- Protestó el niño.
  -Hola, buenos días señora- Saludó Ocán.
 
La mujer se giró al escuchar el saludo y miró a Ocán.

  -Buenos días cara de ángel- Dijo al ver a Ocán -Bueno, ¿Qué estáis haciendo aquí? ¿Es que os habéis perdido en el bosque?-

  -No, estamos esperando a mamá- Dijo Harachí.
  -¿Quién eres?- Le preguntó Ocán

Harachí se puso a jugar con Teluro por el claro, correteando de aquí por allí.

  -Parece que se llevan bien, normalmente Teluro no es así con nadie- Dijo la mujer refiriéndose a Harachi y al perro, esbozando una sonrisa sin contestar a Ocán.

  -Mi nombre es Ocán y mi hermano se llama Harachí- Le dijo Ocán esperando que de ese modo la mujer le dijera su nombre.

  -Oh- exclamó ella -perdona, hace tanto que no hablo con nadie que he olvidado la buena costumbre de presentarme. Mi nombre Awa. Encantada de conoceros-

  -Lo mismo digo Awa- Contestó Ocan mientras observaba detenidamente a esa mujer que le miraba con especial dulzura. Él estaba acostumbrado al desdén que la gente le demostraba allí por donde iba, pero había algo especial en la mirada de aquella mujer. Desprendía un aura especial.
 
Harachí seguía jugando con el perro y sus risas se escuchaban de fondo así como los ladridos del perro. La mujer se arrodilló y comenzó a seleccionar flores y a echarlas en su cesta.

  -Y dime, Ocán ¿Cómo es que habéis llegado a parar aquí, al corazón del bosque?- Le preguntó Awa mientras seguía con su labor.
  -Mi madre nos condujo a este lugar. Nos dijo que aquí estaríamos a salvo- Dijo con tristeza. Awa dejó de recoger flores y lo miró a los ojos.

  -Por la forma en la que hablas de ella creo adivinar que ya no está con vosotros-
  -No, ella...- Dijo Ocán después de una pausa y sin llegar a terminar la frase bajó la mirada en un intento de reprimir el llanto. Una oleadad de viento sopló y levantó una buena cantidad de pétalos invadiendo el aire con un maravilloso perfume.
  -Ocán, es normal que estés triste, pero ten en cuenta una cosa. Ella está siempre contigo ¿no notas ese perfume? Las personas que nos dejan siempre están a nuestro lado de alguna forma-

Ocán levantó la vista y vio todos esos pétalos movidos por el viento y aspiró su fragancia. Después todos ellos cayeron suavemente cuando el viento dejó de soplar.

  -!!Ocán, mira¡¡- Gritó Harachí. Ocán se giró y pudo ver como su hermano se había subido a lomos de aquel enorme perro -Parece un caballo, Ocán- El perro lo llevaba de un lado para otro mientras el niño no hacia más que reirse.

  -Así que estáis viviendo en la cabaña. !!Oye¡¡ ¿Habéis desayunado?- Dijo Awa Intentando cambiar de tema
  -Hemos comido frutos que recogí del bosque ayer-
  -¿Qué os parece venir a mi casa y tomar un desayuno en condiciones?- Propuso Awa con entusiasmo, intentado animar a Ocán.
  -No queremos ser una molestia-
  -De ninguna de las maneras ¿cómo os voy a dejar aquí solos?- Dijo con cara de circustancias -Además, hace tanto que no tengo compañía que me vendrá bien hablar con alguien ¿Qué me dices, rubio?-

La verdad es que Ocán tenía hambre. Se había contenido de comer demasiado para dejarle más parte a su hermano pequeño. También le dolía la cabeza y los arañazos que tenía en la espalda y los brazos.

  -Teluro, ven aquí- Llamó a su perro. Éste vino con Harachí subido en su lomo. Fue entonces cuando Ocán se fijo en el verdadero tamaño de aquel perro. El lomo de aquel animal llegaba a la altura del pecho de Ocán. Tenía un pelaje largo y blanco y unas orejas puntiagudas. Unos ojos que denotaban inteligencia parecían brillar en un color azul intenso.

  -No se hable más, nos vamos- Siguió diciendo - A ver, pequeño jinete ¿Quieres que vayamos a mi casa a comer queso, pan y leche?
  -¿En serio?- Exclamó el niño -Ocán ¿podemos ir a casa de esta señora? por favor-
  -Me llamo Awa- Le dijo al niño mientras le extendía la mano en señal de saludo formal.
  -Yo Harachí- Le conestó él mientras también le ofrecía su pequeña mano.
  -Señora Awa ¿Su casa está muy lejos?- Preguntó Ocán.
  -No te preocupes. Está yendo al norte, en el bosque. Si una vieja y gorda como yo puede venir hasta aquí vosotros también llegaréis hasta mi casa sin problemas- Dijo Awa mientras reía -Coge tu camisa, Ocán, póntela y vámonos-

Después de estar caminando entre árboles por el sendero norte, llegaron a un punto en el que el camino se ensanchaba un poco, y allí, a la derecha, se adivinaba una pequeña casa. Estaba camiflada entre los árboles, sólo la puerta de entrada dejaba constancia de ella. Todo lo demás estaba casi cubierto por hiedra y ramas.

  -¿Vives aquí?- Preguntó Ocán.
  -Claro, por supuesto ¿qué pasa? ¿no te gusta?-
  -¿No es peligroso vivir aquí en mitad del bosque?- Volvió a decir Ocán.
  -Creeme, en esta zona no hay peligro, además, tengo a Teluro cuidando de mí. !!Venga vamos dentro¡¡- Dijo Awa quitándole importancia al temor de Ocán.

Dentro de la casa se respiraba el aroma de un hogar. Todo estaba limpio. Había una pequeña chimenea dónde un vivaracho fuego calentaba un caldero que colgaba de su asa. A la derecha, una mesa llena de botes de cristal con todo tipo de polvos y hierbas dentro estaba iluminada por la escasa luz que entraba por la ventana que estaba justo encima. A la izquierda de la chimenea una estantería con libros de aspecto antiguo de tapas oscuras. En medio otra mesa vacía con una silla de patas gruesas, sin duda estaba hecha para soportar el peso de Awa. A la izquierda de la habitación había una cama, estaba bien hecha. Junto a ella otra pequeña ventana y cerca de ella, en el suelo había algo de tela, de aspecto mullido que parecía ser la cama de Teluro. Al fondo había otra mesa, esta era más grande y encima había muchos objetos. Objetos que los dos hermanos nunca habían visto. Lo que más llamaba la atención era el aroma que flotaba por aquel lugar. Era agradable, como el perfume de flores y hierbas aromáticas.

  -Bienvenidos a mi humilde hogar ¿Que os parece? ¿Os gusta?-
  -A mi me gusta mucho, es muy bonita tu casa Awa- Dijo Harachí espontáneo dibujando una sonrisa. No había duda, Awa se había ganado al pequeño. Awa se quedó mirando a Ocán esperando su respuesta.
  -A mi también me parece muy bonita- Dijo finalmente él. Ocán seguía teniendo esa sensación de confianza hacia Awa y por mucho que todas las malas experiencias vividas años atrás le hicieran pensar que todo el mundo es malo, algo le hacía pensar de forma diferente con respecto a Awa.

   -Me alegro un montón de que te guste ¿sabéis qué? hacía tanto tiempo que no tenía invitados en mi casa que ni siquiera tengo más sillas que esta- Dijo Awa mientras se reía de sí misma -Lo siento chicos, uno de vosotros se tendrá que sentar en la cama-
   -!!!Yo me pido en la mesa¡¡¡ !!!yo me pido en la mesa¡¡¡- Gritó Harachí mientras corría hacia la silla. Awa lo miró divertida. Ocán se sentó en la cama con cuidado y Teluro se tumbó en la suya con gesto perezoso.

   -En seguida estará la comida, solo dejadme que ponga estas flores en su sitio- Awa se acercó al caldero de la chimenea y echó dentro todas las flores de su cesta -Bueno, pues ya está, ahora a comer-

Awa les ofreció pan, leche y queso y los dos hermanos comieron de buena gana. Awa se acercó a Ocán.
  -Tenemos que curar estas heridas- Le dijo mientras le miraba los arañazos que tenía en los brazos -Quítate la camisa, Rubio- Le ordenó. Harachí seguía comiendo en la mesa ante la mirada de Teluro.

  -!!!Uff¡¡¡ ¿Pero dónde te has metido?- Le dijo cuando vio todos los arañazos y heridas que Ocán tenía por todo el torso -Espera- dijo mientras se acercaba a la otra mesa a recoger algo.

Awa empezó a mezclar polvos y hierbas. Cogió un poco de agua de aquel caldero y la vertió el los polvos.
  -Esto te puede escocer un poco pero es necesario curar esas heridas- Le advirtió ella.
  -Vale- Dijo con resignación él.
 
Awa comenzó a aplicar aquella medicia sobre sus heridas y Ocán comprendió que aquella mujer era una buena persona. No tenía razones para desconfiar de ella. Además, él y su hermano necesitaban a alguien que les ayudase.
  -Señora ¿puedo pedirle un favor?-
  -Eh, Rubio. No me digas señora, llámame awa, que no soy ninguna anciana- Dijo ella divertida. Ocán esbozó una sonrisa.
  -Necesito ir a un lugar, pero no puedo dejar solo a Harachí ¿Puedes cuidar de él hasta que vuelva?-
Awa lo miró con gesto de preocupación.
  -Pero ¿dónde quieres ir tú solo?-

CONTINUARÁ ...

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