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    -Harachí ¿dónde estás?- Pensó  Ocán. Mientras tanto le pasaban por la cabeza miles de cosas horribles. "¿Habría entrado un jabalí a la cabaña y le habría hecho daño?" "¿Quizás, aquellos hombre vestidos de negro que habían atacado a papá y mamá, había encontrado a Harachí y se lo había llevado?.

   -¿Harachí?-

Su corazón se aceleraba según iban desfilando por su cabeza todas esas ideas horribles. Se acercó a la mesa y dejó encima su camiseta con los frutos y la bolsita que el búho le había robado. Miró por la cabaña. Se acercó al almacén y tampoco había ni
rastro de él. Giró la vista hacía la puerta trasera y vio que estaba derribada. Salió por ella al claro del bosque donde los últimos rayos del sol se despedían de los árboles milenarios.
   -Pronto va a oscurecer, tengo que encontrarlo. No puede estar en el bosque, le da miedo-

Corrió alrededor de la casa. Allí había pocos escondites donde pudiera estar su hermano pero tenía que buscarlo. Después de un rato volvió a entrar en la cabaña. Se sentó abatido en una de las camas. Se sentía derrotado, exhausto, dolorido y asustado. Comenzaron a resbalarle las lágrimas por su cara. Allí estaba él, en medio de un lugar desconocido, hambriento, casi a oscuras y completamente solo. Ya no tenía que hacerse el fuerte delante de nadie, por eso pudo desahogarse por todo lo que le había ocurrido aquel día.

Mientras su llanto resonaba por todo el bosque, Trájata pareció compartir el dolor de Ocán y todo quedó en silencio. El bosque estaba triste.

Mientras el llanto de Ocán se hacía menos intenso una grieta entre las enormes piedras del suelo comenzó a brillar iluminando con su luz amarilla la pequeña habitación. Ocán, sorprendido, se quedo mirando sin saber muy bien lo que pasaba. Justo delante de él la luz rodeó una de aquellas losas de piedra y ésta, comenzó a vibrar moderadamente. Ocán subió lo pies a la cama en la que estaba sentado y se arrastró hacia atrás hasta que su espalda toco la pared y ahí siguió mirando asustado.

Aquella losa se hizo traslúcida hasta que poco a poco desapareció dejando al descubierto un hueco con unas pequeñas escaleras. La luz se hizo menos agresiva y se tornó suave y cálida, parecida a una vela. Ocán se quedó paralizado un momento pero se bajó de la cama y se acercó despacio hacía aquel pasadizo en el suelo del que salía luz.

Algo lo impulsaba a mirar lo que allí había. Cuando se situó justo delante de esa extraña escalera, pudo ver que no era muy larga. Había unos 20 escalones. Eran unos escalones de piedra que conducían a un pasillo. Bajó por las escaleras impulsado por la curiosidad. Cuando llegó abajo del todo pudo comprobar que el pasillo no era muy largo y que al fondo había una especie de mural de piedra con unos grabados que no entendió. Junto a éste, en el suelo, pudo ver un pequeño cuerpo tumbando. Sin duda era Harachí.

   -!!!Harachí¡¡¡- Gritó mientras corría hacia él.

Ocán se acercó y vio que parecía estar inconsciente. Ocán lo movió para que volviera en sí pero Harachí seguía con los ojos cerrados. Ocán acercó su oído a la boca y la nariz de su hermano pequeño y comprobó que respiraba. Cogió a su hermano en brazos y volvió a subir por las escaleras. Preocupado lo acostó en una cama y lo arropó con una de aquellas mantas roídas. Lo miró y se dio cuenta de que sólo estaba dormido, incluso tenía a Espiral en la mano.

  -Harí, despierta, Harí- Le dijo Ocán para despertarlo mientras lo sacudió de manera brusca.
  -¿Mamá, déjame seguir durmiendo un ratito más?- Rechistó Harachí sin llegar a despertarse.

Una gran oleada de alivio invadió por dentro a Ocán. Se olvidó del dolor en la cabeza, del hambre y del cansancio. Su hermano estaba bien. Podía haber perdido todo lo demás pero a su hermano pequeño lo tenía sano y salvo. Mientras Ocán estaba regocijándose en su alivio y su alegría se olvidó de aquel extraño pasadizo. Sólo cuando notó como la luz de aquel lugar subterráneo comenzó a desvanecerse se percató de él.

Ocán se giró y pudo ver como aquella losa se materializaba de nuevo y todo volvía a quedar a oscuras.
La noche ya había caído y la luz de la luna era la única que iluminaba todo. Ocán se levantó, atrancó las puertas y cerró las ventana. Después se acostó junto a su hermano. En su cabeza había muchas preguntas sobre lo que había pasado ahí, pero el cansancio no tardó en hacer mella y Ocán cayó rendido en un profundo sueño.


Ocán abrió los ojos. El sol le había despertado. Aún le dolía la cabeza un poco por el golpe de la caída. A su lado Harachí seguía durmiendo. Miró la losa del suelo como queriéndose convencer de que lo que había vivido por la noche era verdad. Se levantó, se acercó y se agachó para tocar con las manos aquella pieza de piedra. Era sólida y tan dura como cualquier piedra. Intentó moverla sin éxito, estaba soldada al suelo. Ocán se rascó la cabeza intentando comprender. Después, se acercó a la ventana y la abrió. Hacía una mañana preciosa. El sónido de los pájaros y el del manantial le dieron los buenos días. Se fijó que había un ciervo con su cría bebiendo agua del manantial.

  -Ocán- Dijo Harachí.

Ocán se giró y miró a su hermano.

  -¿Cómo te encuentras, Harí?- Le preguntó
  -Tengo mucha hambre-
  -Me alegro porque el desayuno está listo, enano- Dijo Ocán.

Ocán sacó los frutos de su camisa. Estaban un poco feos pero al menos tenían algo que llevarse a la boca. A Harachí no le pareció importar mucho, cogió un puñado de ellos y empezó a comer con afán. Ocán se sentó en otra silla y allí, delante de aquella ventana con la naturaleza para ellos solos, terminaron de desayunar.

Harachí se levantó satisfecho, salió al claro y se acercó corriendo al manantial. El ciervo y su cría se asustaron y huyeron.

  -Voy a beber agua- dijo mientras salía. Ocán cogió su camisa y fue detrás de su hermano. Los dos hermanos se lavaron la cara y bebieron aquella agua tan fresca. Ocán aprovechó para lavar su camisa y sus arañazos.

 -Ocán ¿cómo te has hecho esos arañazos?- Le preguntó su hermano pequeño con cara de preocupación.

  -No te preocupes, no es nada, simplemente me tropecé y caí-
  -¿Te duele mucho?- Le volvió a preguntar
  -Que bah. No me duele casi nada- Le contestó Ocán con una sonrisa y el pelo alborotado. Harachí sonrió aliviado. Se llenó las manos de agua y volvió a beber. Después miró a su hermano de nuevo.
  -Oye, Ocán, ¿sabes qué? anoche tuve una pesadilla- Le dijo el niño pequeño
  -¿Qué soñaste?- Dijo Ocán con intrigante curiosidad.
  -Soñé que estaba en esta cabaña jugando con Espiral y de repente escuché un ruido fuera que me asustó-
  -¿Qué tipo de ruido?-

El niño levantó sus manos como si fueran garras mientras imitaba una especie de gruñido.
  -¿Y tú qué hiciste?-
  -Me asusté mucho y me subí a la cama y me tapé con las mantas pero de repente un monstruo derribó la puerta de atrás y entró-
  -¿Y qué pasó después?-
  -No lo sé, no me acuerdo bien, sólo me acuerdo de que había mucha luz. !!Oye¡¡, Espiral todavía no ha desayunado-

Mientras Ocán veía a su hermano correr en busca del desayuno del caracol, pensó en lo que le había contado. De lo que no había duda era de que el relato de su hermano no había sido un sueño.

Ocán se acercó a la cabaña para colgar su camisa a secar al sol. Después entró y vio la bolsa que su madre le había entregado. Harachí seguía fuera recogiendo las mejores hierbitas para su mascota. Ocán recogió la bolsa de la mesa y se sentó en la cama.

 -!!Ocán, Espiral no quiere comer¡¡- Le dijo a voces Harachí desde afuera.
 -!!Tranquilo, ya comerá cuando tenga hambre¡¡- Le contestó Ocán mientras sostenía la bolsita en las manos.

La bolsa se mantenía cerrada gracias a un cordel de un color más oscuro que la tela de la bolsa. Ocán tiró del nudo correrizo que mantenía cerrada la bolsa y ésta se abrió. volcó el contenido de ella sobre su mano y pudo ver dos piedras con forma de huevo aplanado. Eran de color gris. Para Ocán no eran más que dos piedras comunes y corrientes.

No entendía la importancia que su madre había dado al contenido de esa bolsa. Dos simples piedras. ¿Qué significaban?
Ocán las volvió a meter en su bolsita y las ató a su cinturón. Pensó en el hueco que la anoche anterior había aparecido en el suelo y en si había sido real. Al parecer Harachí no parecía acordarse de nada y lo poco que tenía en su cabeza lo creía un sueño. De repente Harachí entró a la casa muy contento.

  -Ocán, Ocán, ven, rápido. Mira- Dijo el niño mientras volvía a salir.

Ocán salió y vio un perro blanco y grande que los miraba a los dos hermanos con curiosidad mientras movía su rabo de lado a lado.

  -A que es bonito- Dijo Harachí entusiasmado. La verdad es que el perro, a pesar de ser grande, inspiraba confianza y parecía simpático. Harachí se acercó a él mientras se reía.

  -!!Eh¡¡ ten cuidado- Grito Ocán.

  -Tranquilo, Teluro es inofensivo- Dijo una voz que vino de la derecha. Ocán giró la vista y pudo ver a una mujer de unos cincuenta años, era gorda y oronda. tenía el pelo sujeto en una coleta de pelo negro que le llegaba más abajo de la cintura. Llevaba un vestido marrón sin mangas que le llegaba hasta los pies. El delantal de color claro, Las mangas de la blusa arremangadas y la cesta que llevaba en el brazo le daban un aire de mujer atareada.

CONTINUARÁ ...
Hasta el próximo capítulo

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