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Parece que si que esta gustando la serie. Ha habido curiosidad por el contenido de la bolsa que Dora da a su hijo Ocán.

Así que aquí traigo un capítulo nuevo de Harachí y Ocán calentito. Si no has leído el anterior capítulo te recomiendo que lo hagas para que puedas entender la historia y puedas disfrutarla.

Bueno aquí os dejó lo que pasó con los dos niños, y quien sabe. A lo mejor se descubre que es lo que hay en la bolsa. XD


Harachí y Ocán - "El búho blanco" Capítulo 02

Ocán no hacía más que pensar en su madre. A pesar de que tenía la certeza de que ella había muerto, en su interior albergaba la esperanza de que su madre volviera a por ellos, tal y como les había prometido. Con su hermano pequeño de la mano, le había costado mucho llegar al claro del bosque que les había dicho su madre y en el que pudieron ver una casita hecha de piedra con una puerta y dos ventanas. De su tejado salía una chimenea. Parecía sacada de uno de aquellos cuentos que les contaba su madre.

  -¿Qué me dices, Harachí? ¿Te gusta la casa donde vamos a vivir?- Le dijo Ocán a su hermano pequeño intentando que el tono de su voz sonara alegre
.
  -Ocán ¿Tu crees que mamá tardará mucho en volver? este bosque me da miedo-

Ocan se agachó a la altura de su hermano pequeño y lo miró a los ojos.

  -Claro que vendrá, vendrá pronto, por eso tenemos que preparar la casa, venga anímate, Harachí. Necesito que me ayudes- dijo Ocán ocultando sus verdaderos sentimientos
  -Vale, yo te ayudo- Contestó Harachí más contento.

Los dos se acercaron a la casa y allí, en aquel claro, los pájaros cantaban y la luz del sol parecía darles la bienvenida en medio de aquel lugar de ensueño. Las flores crecían de muchos colores perfumando el aire. Por un instante olvidaron todo lo que les había pasado y se dejaron llevar por el encanto de aquel lugar. Un lugar que era el último regalo de Dora, su madre.

Ocán abrió la puerta de madera y los dos hermanos entraron a la casa. Una bandada de pequeños pájaros se asustaron y huyeron por una de las ventanas al verlos entrar. Allí dentro, además de haber mucho polvo, había dos habitaciones. En la primera de ellas había una chimenea en el lado derecho y , junto a una ventana por la que entraba el sol, había una mesa, en la que había un jarrón con flores secas. También había cuatro sillas, una de ellas tenía una pata rota y eso hacía que estuviera inclinada. En el lado izquierda vieron tres camas y cerca de ellas unos estantes de madera en la pared que, a Ocán le parecieron muy altos.

Justo en frente, había otra puerta, estaba rota y sólo tenía una bisagra, por lo que colgaba de ella y se salía de sus quícios. La otra habitación parecía una especie de almacén. En él, había un montón de trastos de los que, los dos hermanos, no sabían su utilidad. En el lado izquierdo de este almacen había otra puerta por la que se salía de la cabaña. La puerta de madera se había caído de su sitio, estaba en el suelo y, gracias a eso, se podía ver el exterior. La hierba había crecido entre sus maderas dejando testimonio del mucho tiempo que había estado allí abandonada. En frente de ellos, entre los trastos y la puerta rota había un montón de leña cortada esperando a que la quemaran.

  -¿Qué son todas estas cosas?- Preguntó Harachí
  -No lo sé, pero me pregunto si habrá algo con lo que podamos limpiar la casa-

Ocán buscó con la mirada algo que le sirviera a sus propósitos y encontró en un lado, allí entre todos los trastos, un cubo hecho de madera, una escoba hecha con ramas secas , unos cepillos y algunos pedazos de tela.

  -Esto nos puede servir- se dijo más a si mismo que a su hermano pequeño.

Cogió el cubo, la escoba y todo lo demás.

  -Necesitamos agua para poder limpiar- Le dijo Ocán a Harachí
  -Si, es verdad, sin agua no podremos limpiar la casa para mamá, vamos a buscar donde llenar el cubo- Le decía su hermano pequeño con impaciencia mientras le tiraba del brazo.

Con el cubo en la mano salieron de la casa. Allí, en medio de ese claro, lleno de flores, Ocán, a pesar de su tristeza, se sintió seguro. Todo esos árboles parecían rodearlo con la intención de protegerle a él y a su hermano, como queriendo decir, "no tengáis miedo, nosotros os vamos a cuidar". Mientras estaba sumido en sus pensamientos. Harachí se había alejado corriendo, entusiasmado por la sorpresa que le iban a preparar a su madre cuando volviera, la casa más bonita y limpia que nunca había visto.

  -!!Ocán¡¡- Lo llamó su hermano desde la distancia -aquí hay un riachuelo, mira, ven, corre- Decía el niño mientras reía.

Ocán se acercó a él y vio como un pequeño manantial de agua transparente corría por el medio del claro de aquel bosque. Harachí llenó sus manos de agua. Primero para lavarse la cara y después para beber.

  -Está muy buena y fresquita, bebe, ya verás- Le dijo a su hermano mayor

Ocán se agachó junto a él, feliz por verlo sonreir, bebió agua. Estaba fresca y tenía un sabor estupendo. Después llenó el cubo de agua.

  -Ocán , déjame llevar el cubo a mí-
  -Pero, ¿es que no te das cuenta de que pesa demasiado para ti?-
  -No, no pesa, yo soy muy fuerte- Le dijo a su hermano mientras le enseñaba su minúsculo biceps
  -Mira, yo llevaré el cubo y tu ...-

Ocán se quedó pensando  en la manera de convencerlo para quitarle la idea de llevar el agua a la casa. Mientras buscaba una solución para disuadir a su hermano vio algo que le podía servir. En el suelo, en una hoja vio un pequeño caracol y lo recogió con cuidado.

  -Tu puedes llevar esto a la casa, puede ser tu mascota- Le dijo a su hermano mientras se lo enseñaba.
  -Si, si, si, me gusta mucho. Le voy a tener que poner un nombre- Dijo Harachí olvidándose por completo del cubo de agua.
  -Pues si, creo que le hará falta un nombre ¿Cómo le vas a llamar?-
  -No se- dijo mientras miraba a su nueva mascota con detenimiento -!!Ya sé¡¡ lo voy a llamar Espiral-


Limpiar la casa en medio de aquel lugar de ensueño, en compañía de su alegre hermano pequeño, le hizo distraerse un poco. Dos horas más tarde la casa estaba como nueva. Todo relucía. Harachí, incluso había recogido flores frescas y puesto en el jarrón que había en la mesa. Los dos hermanos estaban felices en su nuevo hogar, pero también exhaustos y hambrientos así que se tumbaron en la cama

  -Ocán, tengo hambre y Espiral también- dijo Harachí mientras el caracol se deslizaba por su palma
  -Yo también- Le contestó mientras pensaba qué iban a comer.
  -No te preocupes, Ocán, cuando llegue mamá, traera frutos del bosque-

Lo que dijo su hermano pequeño le dio la solución, podían comer frutos. El bosque estaba lleno de ellos. Estaba cansados pero sabía que si no salían a por comida, nadie la iba a traer.

  -A ver, ¿Qué te parece que vayamos a buscar frutos?- Le dijo a su hermano pequeño
  -Yo estoy cansado, Ocán, no tengo ganas. ¿Por qué no esperamos a que los traiga mamá?-

Ocán suspiró y miró a su hermano.

  -No podemos dejar que ella haga todo el trabajo, recuerda que esta muy cansada, Creo que será mejor que busquemos frutos nosotros también- Intentó convencerlo
  -Es verdad, además si nosotros recogemos frutos también, habrá suficientes para nosotros dos, para mamá y para cuando venga papá- Dijo Harachí convencido de que sus padres iban a regresar.

Los dos salieron a buscar frutos, pero cuando lo hicieron, Ocán, se dio cuenta de que se podían perder en el bosque. Además no sabían donde encontrar frutos, Trájata era enorme.

  -¿Por dónde vamos?- Le preguntó su hermano pequeño
  -mmmm, déjame pensar- Dijo Ocán sin saber muy bien qué decir

Echó un vistazo alrededor. No vio más que árboles muy juntos por donde casi no se podía pasar. Flores, hierba y hojas. Sólo había cuatro caminos por los que se podía entrar al bosque. Uno era por el que habían venido y los otros tres eran completamente desconocidos. Ocán se fijo en estas tres entradas intentando elegir la que les conduciría a un lugar en el que comer frutos.

  -Ya está, vamos por aquí- Le dijo a su hermano pequeño mientras lo cogía de la mano. Se metieron en el bosque.

Trájata se extendía ante ellos y si antes le había parecido algo protector y benebolente, ahora se le antojaba algo tétrico y oscuro. Volvía de nuevo a la escasa luz. Las copas de aquellos árboles milenario lo cubrían todo y se escuchaban ruidos de animales que no sabían distinguir.

  -Ocán, me da miedo, no quiero volver a entrar en el bosque-
  -¿No quieres recoger frutos para mamá?- Le insistió Ocán
  -Si, pero...- Dijo Harachí agachando su pequeña cabeza con vergüenza.

  -La verdad es que Harachí estaría más seguro en la cabaña- Pensó Ocán.
  -Escucha ¿Qué te parece si voy a recoger frutos mientras tu te quedas a vigilar la casa con Espiral? No podemos dejar la casa sola- Le propuso a su hermanito.
  -Es verdad, alguien tiene que vigilar la casa- Dijo Harachí aliviado por no tenre que ir con su hermano al bosque -Pero no tardes en volver, Espiral puede tener miedo si no estás.
  -No te preocupes Espiral estaré aquí dentro de un rato- Le dijo Ocán a la mascota de su hermano pequeño.

Ocán acompañó a Harachí a la cabaña. Puso la puerta del almacén de atrás para que no entrara ningún animal y la sujetó con un tronco que había en el pequeño almacen. También cerró todas las ventanas.

  -Harachí, cierra la puerta y quédate aquí hasta que vuelva, ¿vale? para cuidar la casa tienes que estar dentro-
  -No te preocupes yo la voy a cuidar- Le prometió Harachí.

De mala gana dejó a su hermano en la casa y se aventuró en el bosque. Comenzó a caminar con prisa por el sendero que dejaban los árboles. Llego hasta una intersección de tres caminos. Se paró a pensar y eligió el que parecía tener más luz.

  -Los frutos necesitan la luz del sol para crecer- Discurrió

Siguió adelante y pudo comprobar que lo que se extendía ante él era un perfecto laberinto. Había montones de bifurcaciones y senderos. Sintió rabia al comprobar que no iba a ser tan fácil como pensaba. Él no esperaba que el bosque lo tratara tan mal, sólo quería un poco de comida para él y su hermano. Pensó en su hambriento hermano pequeño y siguió adelante. Cogió una rama y comenzó a hacer marcas en el suelo. Eso le ayudaría a encontrar el camino de vuelta a la cabaña. El camino se hizo más estrecho y las ramas ganaban terreno cuando escuchó unos gruñidos que no pudo identificar pero que le helaron la sangre. Miró alrededor y pegó la espalda en uno de esos árboles gigantescos. Los ruidos y gruñidos se multiplicaron, venían de todas partes. No podía distinguir de donde venían, si se acercaban o se alejaban. En esos momentos se arrepintió de haber ido a ese lugar y se alegró de haber dejado a Harachí en la cabaña.

No quiso aguantar más allí parado y salió con paso ligero de allí. Salió corriendo hasta que llegó al final del sendero donde una luz lo deslumbró. Ante él pudo ver un pequeño claro en el bosque y en él, un montón de frutos, de todas las clases. Entusiasmado se quitó la camisa y la usó para llevar los frutos. Empezó a recogerlos. Estaba aliviado por no tener que seguir explorando el bosque, por haber huído de aquellos ruidos y por encontrar un lugar en el que crecían frutos. Harachí se pondría muy contento.

Cuando ya no pudo llenar más su camisa de frutos. Hizo un ato con ella y volvio sobre sus pasos. Ahora estaba asustado, no tenía ninguna gana de volver a pasar por el mismo sitio de antes pero lo tenía que hacer. Llegó al punto en el que había escuchado los gruñidos. Posiblemente un jabalí. Pero allí no se escuchaba nada. Pasó despacio. Sin hacer ruido, casi conteniendo el aliento con la intención de pasar desapercibido.

Miró las marcas en el suelo que él mismo había hecho. Oyó un ruido detras de él y se detuvo en seco con el corazón congelado por el susto. Tragó saliva y se giró poco a poco con los ojos muy abiertos y el pulso acelerado. Allí, detrás de él, había un jabalí enorme con unos colmillos amenazadores que lo miraba desafiante. Ocán pegó un grito de espanto y echó a correr. El jabalí hizo lo propio, lo persiguió. Ocán comprobó que aquella bestia iba a por él y que por mucho que corriera el animal era más rápido que él.

  -Me va a coger, me va a coger- Era lo único que le pasaba por su cabeza. El sonido de las pisadas y de su enfurecida respiración las escuchaba cada vez más cerca. Las piernas de Ocán ya no daban más de sí. El cansancio y el hambre no le ayudaban a correr para salvar la vida. El animal gruñía muy cerca de su espalda. Ocán cerró los ojos sin dejar de correr, esperando la embestida del animal cuando notó que el suelo le faltó. Abrió los ojos y vio que el terreno hacía una pendiente muy pronuncianda, casi un cortado, y se sorprendió al verse cayendo por él.

Ocán, abrió los ojos. Le dolía la cabeza y un brazo. Se encontró encima de unos arbustos que, de alguna manera, habían amortiguado la caida pero le había hecho muchos rasguños y raspazos. El ir sin camisa había contribuído a ello. Se levantó como pudo. Miró alrededor y después hacia arriba para ver la altura desde la que había caido. Por lo menos seis metros. Por suerte había salvado la vida y el jabalí no se había atrevido a saltar esa altura y se había marchado.

Se frotó los ojos, miró hacia el suelo y vio su camiseta con los frutos dentro. Sólo se habían caído unos cuantos, los demás seguían dentro.
Recogió la comida y miro al cielo. Entre las copas de los árboles ya no veía el sol. Ahora todo era más oscuro.

   -¿Cuánto rato he estado inconsciente?- Se preguntó. No era de noche, pero pronto lo sería. Harachí estaría muy asustado allí sólo con Espiral.

Buscó un camino por el que volver al claro de la cabaña pero, en la huída se había perdido. Estaba muy preocupado por su hermano pequeño. A pesar del dolor en la cabeza y el brazo se repuso y comenzó a caminar. Tenía que salir del bosque mientras aun hubiera luz. Si caía la noche, puede que no sobreviviera al bosque o que algo malo le pasara a Harachí.

  -Harachí, no te preocupes, ya voy- Pensó con preocupación.

Pasó media hora y, a pesar de haber caminado un buen trecho, seguía igual de desorientado y perdido. No sabía si había caminado en la dirección correcta o en círculos. La angustia, el cansancio, y el dolor en la cabeza se hacían cada vez peores y más para un niño de 9 años. No pudo más y cayó de rodillas mientras le fallaban las fuerzas. Las lágrimas le resbalaban por su cara mientras se sentía vencido en todos los sentidos.
Lloró de dolor y angustía pero también de impotencia por no poder llegar a su hermano pequeño.

En esos momentos hechó de menos a sus padres. Si ellos estuvieran allí con él, lo ayudarían a volver a casa con Harachí. Ocán miró su cinturón y vio la bolsa de tela que su madre le había dado. La desató de su cinturón y la miró con añoranza, quiso abrirla para ver lo que había dentro pero, en ese instante. escuchó un sonido, como un aleteo, y pudo ver como búho le robaba la bolsa con sus garras.

  -!!Eh¡¡- Gritó Ocán.

Aquel búho se posó en una rama y lo miró. Era un búho blanco. De un blanco brillante, casi parecía tener luz propia. Ocán se levantó, se secó las lágrimas de la cara y se acercó al pájaro.

  -Devuélveme eso- Le gritó mientras el búho lo miraba fijamente.

Ocán cogió una piedra y se la tiró con toda la rabia del mundo. El búho se asustó y salió volando. Ocán lo persiguió para recuperar la bolsa de tela que le había robado. Entre el crepúsculo de la tarde, aunque Ocán no se daba cuenta, aquel ave parecía ser una luz que iluminaba el camino, ya casi a oscuras, por el que Ocán lo perseguía. Al final, después de perseguir al ladrón alado por entre los árboles. Ocán llegó a un lugar del bosque en el que no pudo seguir por el cansancio, Ya no estaba entre troncos, sino en un sendero del bosque. Aquella extraña ave se posó a unos metros de él sobre el suelo.

  -Por favor, devuélveme la bolsa- Dijo con rabía mientras las lágrimas le brotaban de los ojos.

Aquel pájaro, lo miraba desde poca distancia. Dio un brinco hacia atrás dejando la bolsa en el suelo. Como si hubiera entendido la petición del niño. Después alzó el vuelo y se marchó.

Ocán se acercó aliviado de poder recuperar la bolsa. Cuando la recogió con sobrealiento y se secó los ojos vio algo maravilloso. Justo delante de él, a escasos metros, estaba el claro y la cabaña donde le esperaba su hermano. Aquel búho, lo había conducido a través del bosque y lo había guiado de vuelta a la cabaña. La luz del final de la tarde daba un aire melancólico al claro de la cabaña y las flores parecía brillar con destellos dorados.

A pesar del cansancio, corrió hacia la casa, la alegría y el alivio de poder encontrarse con su hermano pequeño le dio nuevas energías

  -!!!Harachí¡¡¡- Llamaba a gritos a su hermano pequeño mientras corría hacia la pequeña casita. Llegó a la puerta. Hizo fuerza para abrirla pero estaba cerrada. Finalmente, lo que mantenía cerrada la puerta cedió y Ocán pudo entrar.

  -Harachí, Ya estoy aquí, tengo frutos, siento haber tardado tanto- Gritó Ocán. Miró alrededor pero allí no vio a Harachí.

CONTINUARA...

Hasta el próximo capítulo.
Un abrazo , se os quiere
Samvel Areh

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