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Si vas a un concierto de un cantante, lo más probable es que vayas por que lo conoces, sabes cómo canta, conoces su música y sabes que te gusta. Pagas por ver y escuchar algo que conoces de antemano o, al menos, sabes que hay una alta probabilidad de que no te defraude.

En cambio si vas al cine a ver una película, de no ser una saga conocida, pagas por algo que no sabes si te gustará o no. Actualmente el cine a perdido mucho, ha perdido en sustancia, la mayoría de las películas se han convertido en un vacío escaparte de efectos especiales.
Con esto no estoy diciendo que esté en contra de los efectos especiales. Yo, como creador de videoclips, a mi manera, admiro al cine y a los efectos especiales, pero, PERO¡¡¡, esos efectos sólo sirven si están sostenidos por una buena trama argumental, es decir, por una buena sustancia, por algo que por sí solo ya valga la pena pagar una entrada por verlo.

¿De qué me sirven semejante despliegue de efectos visuales si el guión (lo más importante de una película) es una mierda pinchada en un palo?

La mayoría de la películas que he visto no me han gustado por eso. Da la impresión de que las hacen con la mera intención de emitir un anuncio en televisión que capte tu atención por los efectos especiales.

Bueno, una película con un mal guión y buenos efectos especiales me desagrada pero ,Imaginad una película con mal guión y peores efectos especiales. Eso me pasó a mí y a mis tíos un domingo que fuimos al cine.

Ravenus

Creo que es la peor película que he visto nunca. Ravenus. Comienza con un hombre que escapa de un lugar del que no se sabe nada, al parecer consigue huir herido, llega a un poblado o aldea donde lo socorren y cuenta, a medias, lo que le había sucedido.

A la mañana siguiente este individuo guía a un grupo de aldeanos hacia el lugar del que había escapado. La música empieza crear un ambiente de tensión. aquellos hombres llegan a la entrada de una cueva en medio del bosque. El hombre que los ha guiado comienza a poner caras raras y hacer gestos con las manos, con las palmas hacia el suelo y los dedos muertos en un intento ridículo de dar miedo.

Los demás hombres se asustan (y eso que llevaban armas), de repente el hombre raro se abalanza sobre ellos y estos emprenden la huida a través del bosque mientras la música, hasta ese momento, tensa, cambia sin saber porqué, a la canción de Heidi. En ese momento me pregunté si era una película cómica o qué coño era aquello. Eso era el principio, imaginad como es toda la película.

Cuando entramos a la sala, habría unas 100 personas. Cuando se encendieron las luces después de un tostón de dos horas nos dimos cuenta de que en la sala sólo estábamos mis tíos y yo. Al parecer la gente huyó despavorida. Estuve a punto de pedir que me devolvieran el dinero.

La chaqueta mágica

A mi siempre me ha gustado ir al cine si considero que la película me puede gustar, si no, no. Recuerdo un día de invierno que llamé a mi buen amigo Kiko, vecino mío, para proponerle que fuéramos al cine, no recuerdo la película que ponían. El Kiko, que acostumbraba a decir que no cuando le decías de ir al cine, me dijo que sí.

-Espera, que ahora mismo bajo- Me dijo mientras subía escaleras arriba hacia su casa

-¿Dónde irá este?- Me pregunté yo

Al poco rato bajó, no traía nada en las manos, estaba igual que antes de subir. Con la misma ropa y la misma chaqueta.

-Habrá ido a decirle algo a su abuela o a coger dinero- Me dije sin darle importancia.
-Venga, vamos- Me apremió -No lleguemos tarde.

Llegamos al cine con suficiente tiempo como para pararnos a comprar cosas para comer.

-A ver, Kiko ¿Tu qué quieres? ¿qué te apetece?- Le pregunté
-Yo, nada- Me respondió serio con las manos en los bolsillos de la chaqueta que llevaba, una tres talla más grande.

Al ver que no quería nada, yo pedí patatas fritas, palomitas, avellanas, almendras y una coca cola grande.

-¿Seguro que no quieres nada, Kiko?- Le insistí.
-No, no, no quiero nada- Me volvió a responder.

Entramos a la sala a ver la película, yo con un montón de bolsas y él con las manos en los bolsillos.

-Qué raro- Me dije
-No te sientes ahí, ven- Me dijo cuando fui a sentarme en una butaca en el centro de la sala.

Yo lo seguí y eligió la zona más apartada, en la parte de atrás en la esquina.
-Pero, ¿Por qué nos tenemos que poner aquí?- Le protesté
-Calla, es mejor aquí- me volvió a decir, serio sin ninguna intención de darme ninguna explicación.
-Pero a este que coño le pasa- Pensé, estaba raro de cojones.
-¿Quieres algo de comer?- Le ofrecí de mis bolsas
-No, no quiero nada- Me dijo con la misma seriedad.
-Pero ¿Que coño te pasa?- Le dije ya molesto
-Nada, que no quiero comer nada joder, ¿Qué me va a pasar?- me dijo irritado.
-Pues vale, pues que te den morcilla- pensé mientras abría mis bolsas y empezaba a comer.

La sala aun tenía las luces encendidas, la gente aun estaba entrando, de pronto se apagaron las luces y comenzaron los trailers. El Kiko seguía con la misma cara de palo sentado en su sillón con las manos en la chaqueta, una chaqueta que aun no se había quitado. Pensé que se había vuelto loco.

Cuando acabaron los trailer, se apagaron las luces del todo y el acomodador se retiró empezó la película. Yo seguía comiendo a dos carrillos de todo lo que había comprado mientras que mi amigo estaba quieto en la butaca.

En un momento dado oí como se desabrochaba la cremallera de la chaqueta y escuché un ruido, era como papel, el mismo sonido que hace el papel al arrugarlo.

-¿Qué hace este?- pensé

Todo el mundo en silencio, sólo se escuchaba el ruido de las bolsas de los aperitivos que la gente comía por debajo del sonido de la película. En ese silencio
yo exploté a carcajadas. Se me calló el bozo de palomitas al suelo y se desparramó por el pasillo.

UN montón de "sshhhhhh" pidiendo silencio sonaron para llamarme al orden pero yo no podía parar de reirme. No podía ser, no podía ser, pero era. allí delante de mí, pude ver como el Kiko sacaba de su chaqueta, tres tallas más grande, una rasta de salchichón casero, un buen trozo de queso, media hogaza de pan y un cuchillo.

-Samuel, cállate joder- Me decía entre risas nerviosas. Pero yo no podía, me dio mucha gracia, no me lo esperaba. Al ver que los "sssshhhhhhhs" no surtían efecto vino el acomodador. Al ver que se acercaba alguien, el Kiko se apresuró a esconder todo aquello en la chaqueta mientras me miraba con gesto de "por tu culpa nos van a pillar"

-Perdona chico, pero si no guardas silencio tendré que pedirte que salgas de la sala- Me dijo el acomodador con amabilidad.

Cuando se fue, el Kiko saco todo de nuevo, yo tiré todas las chucherías a la mierda y le pedí un trozo de salchichón, otro de queso y otro de pan. Nos pusimos las botas allí, nunca antes había comido eso en una sala de cine.

-Esto es lo que tendrían que vender aquí en el cine y no palomitas de mierda- Le dije yo mientras él se reía.

Pero fijaos, que capullo, no me quería decir nada, hasta se hacía el serio. Esta anécdota la recordaré siempre por las risas que nos echamos comiendo embutido en aquella sala de cine.

Al final, el cine seguirá evolucionando, no se si será a mejor o a peor, si será para que se pierda la sustacia de las cosas en pos de fachadas bonitas y vacías llenas de efectos especiales pero lo que si se, es que si os lleváis una rasta de salchichón, un trozo de queso bueno y una hogaza de pan, no os tendréis que preocupar de si la película es buena o mala.

Un abrazo, se os quiere
Samvel Areh

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